20 diciembre 2010

De la Capadocia a Geyikbayiri

Con los cuerpecitos limpios y relajados después de haber pasado por el baño turco y con el alma envuelta por la espiritualidad de los Derviches que giran en comunión con el movimiento universal.




Dejamos Estambul y nos ponemos en marcha hacia el sur de Turquía, donde nosotros pretendemos tambien danzar en armonía con el Cosmos y unir nuestro ser a la materia rocosa de Geyikbayiri.

Pero antes pasaremos por la Capadoccia, uno de los paisajes más curiosos que hayamos podido visitar. Situada en la región de la Anatolia Central está constituida por una serie de valles de origen volcánico, donde el paso del tiempo y la erosión geológica han moldeado estas fabulosas formaciones que inspiraron incluso al mismísimo Gaudí.




Detenerse aquí durante unos días después del ajetreo de la gran ciudad y recorrer sin prisa alguno de estos fascinantes valles será una agradable experiencia.




Pero el largo viaje desde Kalymnos y las agotadoras jornadas turísticas hacen que el cuerpo reclame un poco más de actividad. Y como a las rocas no podemos encaramarnos porque se nos desmoronan, empezamos a cogerle el gustillo a correr por las pistas que se adentran en las entrañas de estos laberintos de formas y colores tan sugerentes. Chukelilla es ya capaz de correr media hora y se le estan poniendo los culos y las piernas tan prietas como las tuercas de un submarino, que se preparen los Mulero's porque la niña tiene talento. Por aquí la conocen ya como la gacela de la Capadoccia.

Pero aquí hay además otras curiosidades que merece la pena visitar. Por ejemplo alguna de sus ciudades subterráneas. Auténticas madrigueras humanas donde llegaban a vivir hasta cinco mil personas que se metían en estos agujeros para esconderse de los invasores.




Organizados como hormigas, almacenaban comida para seis meses y tenian además su capilla, su zona común para lavarse y cocinar y un sinfín de estrechos pasadizos que comunicaban las ocho plantas bajo tierra que constituian esta claustrofóbica ciudad.

También se puede visitar el Museo al aire libre de Göreme, un pequeño conjunto de casas y capillas construidas dentro de la roca donde los monjes ermitaños se retiraban de la vida pública para dedicarse a la oración y a la búsqueda de Dios.




Y como a nosotros tamto turismo ya empieza a aburrirnos un poco.




Y nos apetece también retirarnos de la vida pública y dedicarnos a la oración y la búsqueda de nuevos proyectos verticales, decidimos pirarnos a escalar a Geyikbayiri, en Antalia, al sur de Turquia, final de trayecto y un mágnifico lugar para escalar en esta época del año donde pudimos gozar o más bien padecer temperaturas casi veraniegas.





Preciosos muros, calidad suprema y vías de antología es lo que nos depara en cuanto a la escalada.




Y en cuanto a lo demás, algunas agradables sorpresas y experiencias como la de tener que cambiar el aceite a la furgo, que en si misma no tiene nada de especial a no ser que acabes en el lavadero de coches de Mustafa pensando que es un taller de cambio de aceite y con Ali, el profe de inglés que casualmente pasaba por allí, haciendo de intérprete. Ali acaba invitándonos a su casa a cenar donde su mujer improvisa para nosotros una cena espectacular. Ali está tan encantado que no para de hablar y al final tenemos que aceptar una nueva invitación, esta vez a desayunar. Diferentes tipos de queso, aceitunas, embutido, riquísimas rosquillas de sésamo, zumo de naranja y por supuesto té. Pero no basta con ponernos hasta las trancas si no que además tenemos que irnos con bolsas llenas de naranjas, pomelos, mandarinas, pimientos, berenjenas y un pequeño tubérculo que no hemos visto jamás.




Por supuesto tendremos que repartir todo ese género entre la comunidad escaladora. Y aceptar también otra cena, esta vez con la familia de Mustafa, con quien a pesar de no poder entendernos excepto con señas y dibujitos pasamos unos momentos divertidos y agradables.




Geyikbayiri es una caja de sorpresas y la mejor fué encontrarnos con tres escaladores madrileños, Hector, Rodri y Jorge, con quienes pasamos también buenos momentos entre escaladas, níscalos con patatas, cervezas, alguna partidita al ajedrez y el riquísimo desayuno en el mercadillo del domingo.




Ellas a preparar el gozleme de carne o de espinacas con queso.




Y nosotros a dar buena cuenta y a coger fuerzas para apretar en las chorreras.




Pero al final, como todo, el buen tiempo se acaba. El frio, la nieve y las previsiones de mal tiempo ponen fin a nuestros días de escalada en Turquia y al largo viaje que nos trajo hasta aquí. Con pena pero también con ilusión emprendemos el camino de vuelta a casa.

07 diciembre 2010

La mítica Istambul¡

Después de Kalymnos nos fuimos a Kos (isla vecina) donde albergamos la esperanza de poder cruzar a Turquia en barco. El problema es que los barcos son demasiado pequeños y la furgo demasiado grande. Sin embargo en la agencia nos aseguran que si entra, y que si en este no lo hace, seguramente en el próximo.

Y nosotros sentados al atardecer en nuestras sillas a la orilla del mar, viendo la costa de Turquia y sus barquitos pesqueros echando las redes. Nosotros como dos felices jubilados esperando la hora de embarcar, viendo la puesta de sol y pensando en esos deliciosos kebabs girando al calor de la lumbre. Nosotros pobre ilusos, después de permanecer allí tres días esperando el barco en el que por fin entrara la pequeñina, acabamos dandonos cuenta de que tal barquito no existia y de que todo era una farsa, una broma sin gusto, una cruel y absurda comedía al estilo de "Bienvenido Mr. Marshall". Y así terminamos nuestro gozo, en un pozo, pues tenemos que regresar a Atenas (14 horas de ferry) y hacer 1.100 kms de carretera para llegar a Estambul. Nosotros que casi tocábamos la costa con las manos.

El viaje fue largo pero al final llegamos a Turquia.




Y en otra jornada más nos plantamos en Estambul. Catorce millones de habitantes o más no son pocos para nosotros que venimos de una pequeña isla donde no hay más que cabras y roca. ¡Que Alá nos ampare!.

Estambul está separada por el estrecho del Bósforo que comunica el Mar Mediterraneo con el Mar Muerto, a un lado el continente europeo y al otro Asia. Sin embargo, no es una ciudad que sorprenda por su exotismo y si por la deliciosa mezcla de ciudad europea, limpia y moderna, con el regusto oriental de sus bazares, mezquitas y el bullicio de sus calles y su gente.




Nos enfundamos el kit de turista dispuestos a zambullirnos de pleno en el cogollo. Sabemos que el turismo es duro, pero estamos dispuestos a darlo todo. Y nada mejor para empezar el día que un buen zumo de granadas recien exprimidas y una sonrisa.




El Puente Galata es uno de los primeros sitios donde cae cualquier turista en Estambul. Este puente comunica las dos orillas del cuerno de oro y en el se concentran cada día cientos de pescadores que con sus cañas regalan a los visitantes una curiosa estampa de la ciudad.




Muy cerca de aquí se encuentra uno de los bazares más antiguos del mundo, el Bazar Egipcio o Bazar de las Especias. En el podrás encontrar un gran surtido de riquísimos frutos secos, especias, té y las famosas delicias turcas. El bazar es pequeño y lo que más abunda en realidad son los típicos puestos de souvenirs. Si alguna vez has estado en cualquier zoco de Marruecos, éste te dejará un poco frio. El Chukel sin embargo, se vuelve loco comprando clavo, anís, cardamomo, canela, té y rosas para poder preparar durante los próximos siete años ese riquísimo té con especias que tanto nos gusta.




Andar de aquí para allá y ver tantas cosas ricas despierta el apetito de cualquiera, y aquí la oferta es económica además de variada, kebabs por doquier, riquísimos bocadillos de pescado en los barcos amarrados a la orilla del Bósforo, patatas asadas en el barrio de Ortakoy, pides, la pizza turca en los alrededores de la mezquita de Sulthanamed, además de la cantidad de puestos ambulantes que te ofrecen mejillones, castañas asadas, maiz,.....




Y ahora con la panza llena podemos darnos una vuelta por el otro bazar, el Gran Bazar. Dicen que es una pequeña ciudad dentro de la ciudad, un laberinto de callejuelas repletas de comercios, sin embargo, si has estado en el zoco de cualquier ciudad de Marruecos este también te dejará bastante frio. A no ser que lo que busques sean imitaciones de ropa, bolsos y colonias de marcas "pijas" o souvenirs para turistas. Desde luego, hay mejores cosas que hacer en Estambul.




Por ejemplo visitar alguna de las cientos de mezquitas que se esparcen por toda la ciudad. Donde además de admirar la arquitectura de las impresionantes bóvedas y la riquísima ornamentación y decoración de su interior podrás también sentarte a descansar y a respirar un poco de paz y de calma fuera del jaleo de la ciudad.







Una jornada de turismo por una ciudad como Estambul resulta tan agotadora o más, mucho más incluso, que una larga y dura jornada de escalada. Nosotros hicimos seis y aunque nos lo tomamos con la calma, como todo, los cuerpos estan cansados. Así pues, como íbamos a irnos de aquí sin darles un gustito y sin pasar por un hamman y darnos un baño turco. Vamos para dentro y ahora os lo contamos¡





Oh cielos¡ Que placer¡ Agua caliente, vapor, el sonido de las fuentes, y el masaje. Primero te sacan a restregones toda la roña del cuerpo y después un masaje con una montaña de espuma en el que los masajistas se aplican bien dejandonos entre unas cosas y otras, más suaves que un guante. Salimos de allí como en una nube, y este hubiera sido un buen colofón para nuestra visita a Estambul, si no fuera porque al día siguiente, antes de marcharnos nos espera una magnífica sorpresa.

No hay muchas ocasiones a lo largo del año de asistir a una auténtica ceremonia Derviche. Pero nosostros tenemos la suerte de poder contemplar una de estas auténticas ceremonias religiosas. Los músicos tocando bellas melodias que envuelven el recinto con un halo de misticismo y los dancarines giróvagos que empiezan a dar vueltas sobre si mismos, los brazos en alto y dibujando en el aire con sus vestidos una serie de olas que giran sin parar. Dando vueltas alrededor de si mismos y alrededor del recinto como una metáfora de la vida, del universo, de nuestro viaje o de cualquier otro. Y así dando vueltas alrededor de nosotros mismos, nosotros también continuamos nuestra aventura por Turquia.