21 diciembre 2009

Sidi Ifni, el gran descubrimiento.

El cuerpo empieza a pedir un cambio de tercio, así que decidimos darle unos días de relax y solecito en la playuki. La costa de sur de Marruecos, la gran olvidada, kilómetros y kilómetros de pedregal, totalmente inhóspitos, bajo un sol abrasador y escasez de agua es nuestro próximo destino. Pocos turistas en las pocas y distantes ciudades que hay hasta L'Ayounne, tan solo algunos jubilados europeos con sus caravanas pegándose la vidorra y bien tostaditos.

Llegamos a Agadir, donde nos espera una ciudad bastante grande y occidental para lo que es habitual. Por la costa las ciudades ofrecen otra imagen. Sin embargo, lo mejor está por llegar, Sidi Ifni




Sidi Ifni es el gran descubrimiento. Estuvo bajo dominio español hasta 1969, nuestra presencia aquí durante aproximadamente treinta y cinco años, todavía se deja ver en el nombre de algunas calles o algunos viejos edificios. Es además un lugar rodeado de ciertas connotaciones que lo hacen especial y diferente. Aquí puedes oir hablar nuestro idoma perfectamente, y sus gentes son amables y educadas. Tomar un té con esos dulces tan parecidos a nuestros churros en el café cercano a la medina y observar la ciudad de noche, que es cuando alcanza su mayor actividad, es todo un regalo para los sentidos.





De las playas y puestas de sol que decir, ... increibles¡. Grandes playas totalmente desiertas, en las que solo se ve algún que otro pescador. El sitio perfecto para disfrutar del sonido del mar y los bellos paisajes. Todo un privilegio¡. Además, dan de sí para juguetear con preciosos bloques de conglomerado, aunque los pequeños bolos "rigleros" se desprendan como manzanas maduras.





En fin, ..... dejamos Ifni y aparecemos en Tan-Tan, ciudad bastante curiosa donde coincidimos con el Festival de Música por el que nos dejamos caer al anochecer, atraidos por la bateria y las guitarras que sonaban. Vimos un par de "numeritos curiosos", mezcla de folklore y música tradicional, aunque lo mejor hubiera sido ver las carreras de camellos a las que no llegamos a tiempo.

Continuamos camino hasta Tarfaya, donde el mal tiempo y lo inaccesible de su costas, cada vez más desiertas, nos llevan a tomar el camino de vuelta hacía Tafraoute, donde parece ser que podremos escalar y hacer algo de bloque.

04 diciembre 2009

Un mes en el Todra...

... da de sí lo suficiente para encadenar un buen número de vías, pero sobre todo, para hacer unos cuantos amigos.
La "caravana del amor", con el paso de los días, empieza a formar parte del paisaje de las Gargantas, y los nuevos vecinos son bien acogidos.

Los vendedores de los puestos de artesanía ya nos conocen, dejan de agasajarnos: "Españoles? Que tal? De donde de España? Ah, Madrid¡ Rial Madrid¡ Tienes algo por cambiar?", y ya nos saludan normalmente, sabiendo que no van a sacar de nosotros ni un dirham, bueno algún que otro cigarrito y poco más. Los nómadas que bajan al rio a lavar la ropa y a coger agua cerca de donde dormimos también dejan de pedirnos cosas, y atraidos por la curiosidad se acercan a la "caravana" donde son bien recibidos. Y así, poco a poco, va surgiendo la amistad con nuestros vecinos más cercanos.
Youssef, friki local que nos invita a te en su casa. Yamman, un curioso personaje que habla por los codos. El "Crazy", con sus gafas azules sin cristales y, más sonao que las maracas de Machín. Mourad, un simpático vendedor con el que hacemos algún trueque; o la familia de Ali, escalador local que nos invita a cenar un fantástico tajine, en su albergue. Y como agradecimiento, otra noche les enseñamos a hacer paella. El Chukel no tiene más remedio que ponerse la chaquetilla y a la faena.



Pero sobre todo, Aicha, su pequeño Ibrahim y la chisposa Rafha, con quienes a pesar de no entendernos con palabras, nos echamos unas buenas risas y pasamos momentos entrañables. Ibrahim es un niño encantador, bueno, sonriente, cariñoso, obediente y listo como las ardillas que corren por el río, en fin ..., que tiene loca a la Chukela¡




Y en estas, llega la fiesta más importante de Marruecos, la "Fiesta del Cordero". Cinco días en los cuales, en cada casa se sacrifica un inocente corderito, que van consumiendo poco a poco en forma de "pinchitos", reunidos con todos sus familiares, vecinos y amigos, y por supuesto, ataviados con sus mejores galas.


Nosotros aceptamos gustosamente la invitación de Aicha para subir a su casa, y compartir con su familia esta fiesta tan especial. Vive muy cerca de nuestro campo base, arriba en la montaña. De hecho, sin nosotros saberlo, desde la altura vigilan la furgoneta mientras estamos escalando. Que majos¡
Un empinado sendero entre piedras nos lleva hasta su "moison". Un par de construcciones de piedras, una para ella y su marido, Hamud y, otra para sus seis hijos, Daoud, Saïd, Hasaïd, Ibrahim, Rafha, Mahmma; un curioso horno de piedra, un redil para el rebaño, y poco más.
Allí nos espera la simpática Aicha, que nos lleva hasta el patio (una zona soleada de la montaña a unos cien metros del campamento), donde el resto de la familia ya está degustando los sabrosos "pinchitos" aliñados con comino molido.


Nos invitan a sentarnos con ellos cerca del pequeño fuego donde se calienta el agua para el te, y se hacen las suculentas brochetas a la brasa envueltas en las tripas del animalito.



Entre risas y juegos, hacemos la sobremesa.



Un poco de "alheña" para pintar las manos de los invitados, y así desearles fortuna



Ya, cayendo la tarde, todos a onerse guapos

Después, ellos a recoger las cabras y a sus quehaceres diarios, y nosotros de vuelta a casa con una entrañable sensación de paz en el cuerpo, sin apenas dar crédito a los momentos tan intensamente vividos con esta amable familia.

Ciertamente, un mes en el Todra da de sí lo suficiente para flipar un poco con la peña, y también para encadenar un buen número de proyectos. Así pues, con los deberes bien hechos decimos hasta pronto al Todra, esperando volver algún día¡

Inch Alla¡